Julio Santella prefería ir en tren para conocer Tokio. En cambio, él se acurrucaba en el primer asiento del bús y pensaba. Así fue hacia ese par de entrenamientos en Japón. Allí les marcó un racimo de detalles, por caso, cómo presionar a la defensa del Milan. Así llegó el saque larguísimo de Chila que derivó en el penal del 1-0. Así Asad clavó el 2-0. Así derrumbaron al Imperio... Unos segundos después de consumada la hazaña, sus pelos blancos más al viento que nunca, se sostenía de la puerta del vestuario. "¿¡Vieron que se podía!?", les gritaba. Había repetído el latiguillo mil veces en la charla técnica. El utilero Carlitos García, hijo del mítico Lelo, llenaba la copa Toyota de gaseosa y los demás, borrachos de emoción, se bañaban con ella. Basualdo, con el micrófono del cronista de TN, fue un entrevistador loco. El Chapa Zapata jugaba en Yokohama Marinos: hizo de hinchada y terminó llorando de emoción. El frío de Tokio se incrustaba en los huesos y 55 mil japoneses aplaudían, incrédulos, solemnes. Jorge Guinzburg saltaba y saltaba aún en la cancha. Brenda (su hija), Margarita (su mujer) y Amor (su papá) recién bajaban de la platea...
Del otro lado de la pared un tano echaba chispas. "Esta derrota es increíble", chillaba Fabio Capello. Carlitos Bianchi, en cambio, la seguía: "¡Se podía! ¡Vieron que se podía!".
fuente : ole
lunes, 1 de diciembre de 2008
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