Cubero es mucho más que una cara bonita: ayer fue caudillo por garra y también por juego.
El perfil fashion de Fabián Cubero -un perfil que, conste, a este cronista le interesa lo mismo que a George W. Bush la paz mundial- estaba disipando la idea primordial de que antes que otra cosa el muchacho es un buen jugador de fútbol. Ni extraordinario, ni fantástico, ni siquiera muy bueno, pero bueno sí.
Allí están, como medida estratégica de la constancia, sus 12 temporadas en Primera, sus trescientos y pico de partidos y sus ya lejanos esplendores de Sub 20 campeón del mundo. Tal vez necesitaba un compromiso así, de la trascendencia del de ayer y en el escenario de ayer, para recordarnos que amén de ser un tipo temperamental, los años fueron macerando en él un agudo entendimiento del juego. Lo del temperamento, por las dudas, lo puso sobre el tapete no bien Vélez perdió contra Gimnasia ("el domingo que viene vamos a ganar en la Bombonera") y lo refrendó segundo a segundo en el verde césped. Jugar frente a Boca, con Boca puntero, en la casa de Boca, y etcétera etcétera, le pesó cero de cero. Metió pierna sin que le sobraran las cuatro o cinco infracciones de otros tiempos y a grandes trazos consumó el doble valor al que aspira todo caudillo: infundir confianza en sus compañeros y respeto en los adversarios. Pero la tarea de Cubero estuvo lejos de agotarse en el quite, en el cruce providencial y en la arenga de rigor. Cuando Vélez fue desbordado, organizó el retroceso ordenado, y cuando Vélez dispuso de la pelota, fue él mismo quien enseñó el camino hacia el área de Boca. Apoyándose en Díaz y Papa para salir por los costados, pero también aventurándose por el medio, incluso a riesgo de cometer algún error peligroso que jamás se consumó, porque, otro detalle, anduvo muy bien en los pases. O sea: capo lavoro de Poroto.
fuente : ole
lunes, 17 de noviembre de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
0 comentarios:
Publicar un comentario